Ésta es una breve interrupción a nuestra programación para dar el reporte cocina.
Después de de 4 (sí, señor, CUATRO) meses de tener a nuestra cocina en el olvido, el viernes decidí que este fin de semana sería la feliz fecha en la que pondría fin a esa alacena del terror, y me lancé a la tienda de pinturas justo antes de que cerraran (no vaya a ser que tenga yo mucho tiempo y nada de pintura para trabajar).
Pues bien, hoy domingo vacié la alacena y tenemos todo en la sala, cocina y parte del comedor. Sí, justo cuando la casa había dejado de parecer campo de batalla, estamos de vuelta en el ruedo. Entonces, le pedí ayuda a Joaquín para quitar el soporte de las repisas, y cual va siendo nuestra sopresa que le quedaron a los muros unos agujeros marca diablo. Que iba a pintar hoy, ¿dije?
Bueno, yo no me podía quedar con los brazos cruzados y la alacena vacía, y lo peor de todo, muriéndome de ansias por pintar. Así que recordé que en casa de mis papás había quedado yeso de un trabajo que les hicieron, lo recogí y lo traje de vuelta.
Y así, hice mis pininos como yesera.
Si algo he aprendido desde que empece a arreglar nuestra casa es a perder el miedo a lo desconocido. Nada puede ser peor que haber pintado los gabinetes. Ahora hasta siento adrenalina por intentar las cosas que no sé hacer. Y aunque sean cosas tan mínimas como éstas, se siente bien saber que lo pude hacer yo solita.
Mañana a pintar. O lo que diga el destino. Qué más da.
=)
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